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De sujetas a objetos.

Por Redacción
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Por: María José Cordero.

Las élites masculinas han pasado siglos acumulando poder, siendo la política uno de sus espacios preferidos para reproducir y aumentar su control. Empeñados a enraizarse a sus curules y arrugarse en sus despachos, se han dedicado a sostener un sistema que rechaza la participación de cualquier otro sujeto que ponga en peligro su autoridad. Una mujer en un cargo de poder y con capacidad de toma de decisión es un riesgo latente, para cualquier sistema que se haya mantenido por la opresión y la violencia que ejerce.

Ciertamente, hemos observado por más de una década a más mujeres que toman este camino y deciden postularse como alcaldesas, diputadas, presidentes, ministras, etc. Una lucha que sí ha permitido un cambio en el entorno electoral inigualable. A pesar de ello, muchas de las que ya se encuentran dentro, siguen siendo violentadas y discriminadas por las instituciones públicas, partidos y procesos políticos que deberían de representarlas y respaldarlas.

Desde sus motivaciones y sueños, sus cuerpos han sido manejados al antojo de la vieja estructura de poder. Hemos pasado de sujetas a objetos. Valorizadas por nuestras capacidad reproductiva y medidas por nuestro atractivo sexual. Ahora, le llaman representatividad e inclusión política a la apertura únicamente de mujeres que cumplen con los requisitos racistas y clasistas estandarizados. Nos dicen que nos alegremos y que nos conformemos.

En el nombre de la inclusión, la diversidad y la amplitud han encontrado la manera de penetrar el sistema desde todos los ángulos. Se han apropiado del juego a tal manera de no poder distinguir a qué juegan en realidad. La instrumentalización de nuestros cuerpos en la política ha llegado a un nivel general de normalización. Los partidos e instituciones públicas lograron encontrar el producto y el público perfecto: una sociedad permeada y educada bajo los estándares hegemónicos de violencia.

Nos han programado para entender a la mujer en la política como un relleno, un adorno y un objeto que potencializa candidaturas (masculinas). Nuestros cuerpos se han convertido en una especie de moneda. Nos catalogan, indican nuestro valor y nos intercambian por mayor poder. Sin duda, un negocio redondo, donde no existen perdidas.

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