Por: Marolen Martínez
Regularmente escribo desde mi propia vivencia, desde el sentir y pensar que acompaña mi caminar en cada momento. Escribo sobre lo que sucede en el entorno o, más bien, sobre cómo lo percibo; pero, mejor aún, escribo desde el amor que habita en mí, ese amor que me define, que me impulsa y que me hace ser la mujer idealista que sigue creyendo en los imposibles…
En estos días, el mundo observa con expectación el cónclave para la elección del próximo Papa. Un evento solemne, donde los cardenales, en oración y reflexión, buscan la guía divina para tomar una decisión trascendental. Pero ¿qué pasaría si cada uno de nosotros viviera su propio cónclave? Un espacio de introspección donde, lejos del ruido exterior, nos enfrentamos a nuestras propias elecciones, aquellas que definen nuestro camino, nuestro impacto en el mundo y nuestra relación con lo divino.
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti, nos recordó la importancia del amor como fuerza transformadora. Nos invita a una fraternidad sin fronteras, a amar al otro sin importar su origen, su cultura o su fe. En un mundo donde la indiferencia y el egoísmo parecen ganar terreno, su mensaje resuena como un llamado urgente: solo el amor nos hace verdaderamente humanos.
Francisco nos exhortó a vivir una cultura del encuentro, a dejar atrás la indiferencia y a comprometernos con el bienestar de los demás. Nos recuerda que la verdadera grandeza no está en el poder ni en la riqueza, sino en la capacidad de servir y amar sin condiciones, cómo construimos un mejor mundo, viviendo la unidad que procede del amor en toda su extensión, es decir desde las implicaciones prácticas de la misericordia, la compasión, la generosidad, hasta en la política; y, el amor debe ser la máxima expresión de la política y la política debe ser una forma de expresarlo en formas concretas.
Por otro lado, San Juan Pablo II, con su incansable mensaje de esperanza, nos dejó palabras que siguen iluminando el camino: «El verdadero conocimiento y la auténtica libertad se hallan en Jesús. Dejad que Jesús forme parte siempre de vuestra hambre de verdad y justicia, y de vuestro compromiso por el bienestar de vuestros semejantes». Nos recuerda que la libertad no es hacer lo que queremos, sino vivir en la verdad, en la justicia, en el amor.
Por su parte, Benedicto XVI nos enseñó que la fe y la razón no son opuestas, sino complementarias. En su reflexión sobre la fe, nos invita a no dejar que el mundo moderno nos aleje de lo esencial: «El futuro del mundo será más humano en la medida en que más cercanos estén los hombres a su Creador y Redentor.» En un tiempo donde la incertidumbre nos rodea, su mensaje nos llama a confiar en Dios y en su amor infinito.
Las Preguntas que Debemos Hacernos
La introspección es el primer paso para cualquier transformación. Antes de cambiar nuestro entorno, debemos cuestionarnos a nosotros mismos. Algunas preguntas esenciales para este proceso son:
- ¿Estoy viviendo de acuerdo con mis valores y principios?
- ¿Mis decisiones reflejan el amor y la justicia?
- ¿Cómo impactan mis acciones a quienes me rodean?
- ¿Estoy contribuyendo a la construcción de un mundo más fraterno?
- ¿Qué puedo hacer hoy para ser una mejor versión de mí mismo?
- ¿Estamos siendo coherentes con nosotros mismos?
Estas preguntas nos llevan a una reflexión profunda, nos invitan a mirar dentro de nosotros y a reconocer aquellas áreas en las que podemos crecer y mejorar. La verdadera transformación comienza en el corazón de cada individuo.
El Cónclave de Nuestra Vida
Así como los cardenales en la Capilla Sixtina buscan la luz para elegir al próximo líder de la Iglesia, cada uno de nosotros debe entrar en su propio cónclave interior. ¿Qué decisiones estamos tomando? ¿Cómo impactamos a quienes nos rodean? ¿Estamos viviendo con propósito, con amor, con auto respeto, con fe?
El cónclave no es solo un evento eclesiástico; es una metáfora de la vida misma. Porque cada día, en la intimidad de nuestro corazón, elegimos quiénes queremos ser. Y en esa elección, el amor, la libertad, la fe y la razón deben ser nuestros pilares.
Si logramos vivir con estos principios, marcaremos la diferencia en nuestro entorno. No necesitamos grandes gestos ni posiciones de poder. Basta con elegir el amor sobre el egoísmo, la verdad sobre la mentira, la fe sobre la desesperanza y la razón sobre la confusión.
Porque al final, nuestro cónclave personal es el que define el mundo en el que vivimos, entendiendo que el dialogo que entablamos debe realizarse abriendo nuestros corazones, poniéndonos en los zapatos del otro, construyendo una senda para la mejora de la condición humana.
Aprendamos a ser la voz de los sin voz, un faro que alumbra con nuestra mirada la dignidad humana, vivamos comprometidos con la santidad de la vida sin distinción, teniendo una voz fuerte, coherente y potente para lograr los cambios de nuestro entorno. Seamos artífices del cambio.
Porque al final, nuestro cónclave personal es el que define el mundo en el que vivimos.