Por: Dylan Velásquez, youngfortransparency@gmail.com
Hace unos días se llevó a cabo el evento Rab’in Ajaw, y contrario a lo que muchos piensan, no se trata simplemente de un desfile estético o folclórico; Rab’in Ajaw es una plataforma político-cultural en la que muchas mujeres indígenas pueden disertar, expresar distintas problemáticas y hablar con la voz de sus pueblos.
A lo largo del tiempo, este espacio ha cambiado profundamente gracias a mujeres que participaron en sus primeras ediciones y que rompieron barreras invisibles; pasó de ser un evento en el que se folclorizaba y mercantilizaba a la mujer indígena, a un espacio con mayor dignidad y poder de denuncia. Al alzar su voz, estas mujeres cuestionaron el rumbo del certamen y lo resignificaron.
Hoy, Rab’in Ajaw es uno de los pocos espacios públicos donde las mujeres mayas pueden hablar en su idioma ante audiencias nacionales e internacionales. Ahí expresan sus ideas, denuncian injusticias sociales, y explican su cosmovisión y análisis usando su indumentaria con pertenencia y profundo respeto. Lo hacen desde un escenario cargado de resiliencia, pronunciando discursos no improvisados, sino nacidos de sus vivencias, del despojo de sus territorios, de la pérdida de saberes ancestrales. Se expresan en distintos idiomas mayas, desafiando la hegemonía del español y del pensamiento occidental.
Si bien este espacio representa avances en la visibilización de las voces de las mujeres indígenas, aún persisten brechas importantes. Para ser escuchadas, muchas de ellas deben ser “electas” como Rab’in Ajaw, cuando el simple hecho de ser ciudadanas debería garantizarles el derecho a participar activamente en todos los espacios de la vida pública.
El caso de Sonia Gutiérrez, ex Rab’in Ajaw y hoy diputada por el Movimiento Winaq, ejemplifica esta situación. Su paso por el certamen le dio visibilidad y, de alguna forma, fortaleció su liderazgo. Pero esto también nos obliga a preguntarnos: ¿cuántas mujeres indígenas con talento, pensamiento crítico y liderazgo no han tenido esa oportunidad? Y, ¿por qué seguimos dependiendo de un certamen anual para reconocer la capacidad política de estas mujeres?
Lamentablemente este evento es uno de los pocos espacios donde pueden darse a conocer estos temas. Esto evidencia un grave fallo estructural del Estado y de la sociedad guatemalteca: no existen plataformas políticas seguras y legítimas que garanticen la participación plena de la mujer maya.
Si Rab’in Ajaw sigue siendo uno de los únicos espacios de expresión para la mujer indígena, corremos el riesgo de encasillarlas en lo simbólico y lo cultural, mientras se les niega sistemáticamente su participación estructural y política. Esto refuerza una narrativa peligrosa: la mujer indígena sólo puede opinar si está vestida con traje ceremonial, si representa a su comunidad en un evento o si habla dentro de los límites de lo “folclórico”.
Es urgente abrir más caminos. No basta con celebrar el certamen, hay que garantizar que las voces que se escuchan en Rab’in Ajaw también puedan resonar en el Congreso, en los ministerios, en las universidades, en los medios y en los espacios de toma de decisiones.