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Invasores…

Por Redacción
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Reciban un cordial saludo y mis mejores deseos de que estén pasando estos difíciles momentos de la mejor manera posible, en lo que cabe.
Me permito compartir estas líneas para invitarlos a una reflexión, tal y como muchos nos están sugiriendo que hagamos, aprovechando el tiempo libre que normalmente no estamos acostumbrados a tener.

En estos momentos tan difíciles, la mayoría de la humanidad está atrapada en el miedo y la impotencia ante un “invasor” que ha venido a disruptar nuestras vidas tal y como la veníamos viviendo. Este invasor, el Covid 19 tiene una ventaja sobre nosotros porque en primer lugar tiene una capacidad de reproducirse muy rápidamente y en segundo lugar es que no lo vemos. Es “invisible” a nuestros ojos por ser una partícula tan minúscula y no podemos ver si nos está atacando. Y cuando ya nos ha invadido, algunos sucumben a ella por que no tenemos el antídoto para eliminarlo. Hemos optado por tomar “distancia social” que es el equivalente a escondernos en nuestras casas, con la esperanza de que no nos invada. Sentimos una gran impotencia y sufrimos por la sola idea de que uno de los nuestros, incluyéndonos, podamos ser víctimas de este “ser” . Una de las ideas que tenemos es que “nunca” en nuestras vidas hemos visto algo semejante.
¿O será que sí? ¿Será que si hemos experimentado esta situación de otra manera o desde
otra posición?

Déjenme explicarles con esta metáfora:
En un apartado rincón de una galaxia existía un planeta donde habitaban una gran variedad de especies, que si bien no en total armonía, si en un balance natural y todo fluía de acuerdo al diseño. Los habitantes de este planeta nacían, crecían, se reproducían, vivían y morían según les iba tocando naturalmente.

¿Que nombre le ponemos a este planeta de nuestro cuento? ¿Qué tal …. “Tierra”? Si, Tierra me parece bien. Sigamos con la metáfora.

Entre las especies había una que le vamos llamar “humanos” y que no tenían una ventaja significativa sobre los demás porque no eran muy grandes, digamos unas 120 a 180 libras de peso en promedio, no podían correr muy rápido, talvez unos 30 kms. por hora y no tenían garras o dientes que les diera ninguna protección importante.

Pero por destino o diseño logran desarrollar una “ventaja competitiva” que le llaman inteligencia, la cual, al irse desarrollando más en el tiempo, los pone en la cima de la cadena alimenticia. Ya fueron capaces de construir casas donde protegerse, armas para defenderse de las especies más grandes y máquinas para hacer su vida más fácil.

Y al no tener prácticamente ningún enemigo natural, se fueron multiplicando rápidamente y como muestra, en su calendario han crecido de 1,000 millones de personas en el año 1800 a más de 8,000 millones en el año 2020. Imagínense, multiplicaron su población por 8 en tan solo 200 años, inclusive pasando por varias guerras y algunas pandemias. ¡Vaya poder de reproducirse!

Pero un día la especie de estos humanos enferma, y no de una enfermedad física, sino de una enfermedad mental. Ya lo que tenían no les bastaba, querían siempre algo más, tratar de sacar el mayor provecho de cualquier situación, aunque no la necesitaban.”. Esta enfermedad empieza a nublar el buen juicio de la especia humana y al darse cuenta que pueden dominar otras especies, se vuelven “INVASORES”. Invasores de los espacios y de las vidas de otras especies. El mantra dentro de esta locura era “Saquemos lo máximo que se pueda de los recursos de este planeta incluyendo las otras especies”. Y se empezó a ver una invasión masiva y su respectiva deforestación de espacios para “aprovechar” el recurso, importando nada si esto destruía el hábitat y las vidas de otras especies. Se dieron cacerías absurdas de ballenas, bisontes, venados, mamíferos, reptiles, aves, lo que fuera con tal de tener más cosas sin pensar que realmente no las necesitaban, sin mencionar que a su paso iban ensuciando y contaminando a este bendito planeta.

Los humanos se convirtieron en INVASORES implacables, donde el irrespeto era lo que reinaba. Imaginen que para el día de hoy podrían haber 8 mil millones de voraces invasores en este planeta de este cuento. Cuanto miedo, impotencia y sufrimiento tuvieron que pasar las otras especies al verse atacadas por esta especie humana que encima presumía de “inteligentes”.

Y como si fuera poco, no les bastó, empezaron a verse entre si y concluyeron que podían también arrebatarle a los mismos de su especie sus cosas, espacios y vidas. Y de ahí nacen las conquistas, las invasiones, las muertes, las esclavitudes y las guerras, representadas en personajes que tenían nombres extraños como Gengis Khan, Alejandro Magno, Napoleón, Julio Cesar, Octavio, Carlomagno, Atila, Tupac Yupanqui, Fernando VII, Adolfo Hitler, Joseph Stalin, Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Francisco Pizarro, Ciro el Grande y muchos, muchos más. Lo más triste de esta enfermedad fue que en muchas sociedades se les presentaba como grandes héroes, cuando la única “virtud” que tenían era el irrespeto.

Algunos dirán, ¿que tiene esto que ver conmigo?, Yo no he botado un árbol en el Amazonas, no he matado a nadie ni he cazado un animal en ningún lado. Tal vez no, pero tome conciencia que Ud. es uno de esos 8 mil millones de invasores.

¿Qué podemos aprender de esta metáfora?
¿O, tal vez no es solo una metáfora? ¿Ud. qué piensa?
Si Ud. cree que ahora le voy a decir que lo que toca es pudrirnos en culpa, no, no lo voy a hacer, porque el sentimiento de culpa o el acto de culpar no resuelve absolutamente nada.

Pero si nos podemos hacernos algunas preguntas:
¿Tal vez el Covid 19 nos vino a poner un espejo delante de nosotros?
¿Tal vez es un encuentro cara a cara de un invasor ante otro invasor para tomar
conciencia de algo?
¿Tal vez ya es hora de empezar a migrar del pensamiento predominante de “competencia” a “colaboración”?
¿Tal vez es hora de reflexionar si buscar lo “máximo posible” sigue siendo mejor que lo “suficiente”?
¿Tal vez es hora de diferenciar entre “nivel de vida” con “calidad de vida”?
¿Tal vez es el momento de considerar optar por una actitud de gratitud en lugar de una de
codicia?
¿Tal vez lo que toca no es juntar las manos y pedir ayuda al cielo, sino antes ponernos de
rodillas y pedir perdón en nombre de la humanidad por el daño hecho. Y entonces, desde
una posición mas humilde y pura, poder hacer nuestras peticiones?
¿Tal vez es el momento de reparar nuestro planeta, nuestra mente y nuestra alma?
Amigo, ¿Qué otros tal vez puede Ud. encontrar?

Escrito por: Hans B. Ritz Chocano, Ingeniero Químico y Psicólogo en la disciplina de Análisis Transaccional y Dinámica Humana, creyente y admirador de la raza humana.

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