Reflexiones sobre Frankenstein, del Toro y la humanidad que perdimos
Por: Marolen Martínez
Recientemente me tomé el tiempo para ver Frankenstein, la nueva magistral obra de Guillermo del Toro.
Debo ser honesta: estaba escéptica. No suelo ver ese tipo de películas. Creí que sería una de esas historias de terror que nos mantienen despiertos sin dejarnos nada más que adrenalina. Así que me embarqué frente a la pantalla con cierta resistencia.
Pero sucedió algo inesperado. Me dejé llevar. Y debo decirlo sin vergüenza: amé la película.
Tanto que la vi por tercera vez antes de decidir escribir esto.
Porque no es lo que yo esperaba. Y esa sorpresa me inspiró a pensar más profundamente del mensaje real que del Tor nos quiso transmitir.
«Y así, el corazón, aun quebrantado, continuará viviendo.»
Esas palabras de Lord Byron resonaron en mi mente mucho después de terminar la película. No es una película de terror. Es un espejo. Un doloroso, hermoso espejo que nos obliga a mirar quiénes hemos llegado a ser.
La hemos visto todos: el monstruo de pieles oscuras y ojos tristes, creado por Víctor Frankenstein. Todos esperamos el acto de violencia inevitable. Todos esperamos que cumpliera su rol: ser el villano. Pero del Toro, en su genio, hace algo completamente diferente. Nos obliga a reconocer quién es realmente el monstruo en esta historia. Y spoiler: no es quien esperábamos.
La creación sin amor
Víctor Frankenstein crea. Con obsesión, con genio, con fuego en los ojos. Pero crea solo. Crea sin paciencia. Crea sin amor.
En el momento en que su creación abre los ojos por primera vez, esperando ver reconocimiento, esperando ser acogido, esperando sentir que su vida tiene sentido, Víctor corre. Huye. Rechaza. Su propia creación, su obra maestra de ingenio científico, es demasiado diferente, demasiado fea, demasiado incómoda.
¿Alguna vez pensaste en lo que eso significa?
Un ser recién llegado a la existencia, sin culpa, sin malicia, solo existencia. Y lo primero que experimenta es el rechazo de su creador.
Cuando el monstruo dice —con toda la inocencia y el dolor del universo contenido en esas palabras— «Yo no pedí ser creado», no solo está pidiendo comprensión. Está pidiendo lo más fundamental: que alguien reconozca que su vida, aunque imperfecta, merece dignidad.
El espejo roto
Aquí es donde la película deja de ser ficción y se vuelve demasiado real.
¿Cuántos niños en el mundo podrían decir esas mismas palabras? «Yo no pedí ser creado.»
Hijos de padres que los traen al mundo no porque los amaran, sino porque fue un accidente. O porque creyeron que los hijos los salvarían. O porque la sociedad les dijo que eso era lo que debían hacer. O porque simplemente no pensaron en las consecuencias.
Y esos niños llegan a este mundo hambrientos de amor, ávidos de ser amados, esperando que alguien los abrace y les diga: «Te quiero porque existes. Eres digno de amor.»
Pero muchos encuentran lo que encontró el monstruo de del Toro: indiferencia. Abuso. Negligencia. Un padre que, como Víctor, corre en la dirección opuesta.
Y aquí está lo más aterrador: aquellos que fueron creados sin amor, a menudo aprenden a crear monstruos a partir de sí mismos. El dolor genera más dolor. La falta de amor genera más falta de amor.
Pero la película de del Toro nos dice algo diferente.
La generosidad redentora
Lo hermoso, lo verdaderamente hermoso de esta película, es que el monstruo no se convierte en lo que todos esperábamos que fuera.
En lugar de ello, aprende a amar observando. Observa a otros. Ve actos de compasión. Ve generosidad. Y, en ese observar, algo cambia en su ser. Su corazón quebrantado no solo continúa viviendo. Aprende a amar.
¿Cómo? De la manera más humana posible: a través de la conexión con otro ser que ve su dolor y decide actuar con bondad de todos modos.
Esa es la lección que hemos perdido. La que debemos recuperar urgentemente.
Porque aquí es donde el cuento del monstruo se convierte en esperanza. Si un ser creado en la fealdad, rechazado por su creador, sumergido en soledad, puede aprender a amar, ¿Qué nos impide a nosotros? ¿Qué nos impide romper el ciclo?
Cuatro verdades que necesitamos recordar
1. Ningún ser merece ser creado sin intención de amarlo
Si traes a alguien a la existencia —biológica o espiritualmente, a través de la educación, la mentoría, la influencia— tienes una responsabilidad sagrada. No es crear y huir. Es crear con paciencia, con dedicación, con el compromiso de formar, no solo de generar.
Los niños no son accidentes que tolerar. No son remedios para nuestras vidas vacías. No son proyectos inacabados que abandonamos cuando se ponen difíciles. Son vidas que merecen ser recibidas con amor intencional.
2. El amor no es natural; es una decisión
El monstruo no nació amando. Aprendió a amar al ver compasión en otros. Aprendió porque alguien decidió mostrarle que era posible. Que merecía serlo.
Nuestros hijos, nuestros estudiantes, nuestros empleados, nuestros vecinos no necesitan perfección. Necesitan decisión. La decisión de vernos a nosotros mismos en ellos. La decisión de decir: «Tu existencia importa. Tu dolor me importa. Tu dignidad es sagrada.»
3. El rechazo temprano crea ciclos de dolor
Víctor Frankenstein no entiende esto. No ve que su rechazo inicial es el acto que genera todo lo que viene después. Su falta de amor no eliminó el monstruo. Lo creó.
Del mismo modo, los padres que abandonan, los maestros que humillan, los empleadores que desvalorizan están sembrando semillas de dolor que cosecharán en formas que no imaginan.
Pero lo opuesto también es verdad.
4. La compasión redirige destinos
En la película, el monstruo es salvado no por perfección, sino por compasión. Por alguien que ve el dolor y dice: «Yo también sufro. Yo también entiendo.»
Esa es la redención. No es que el monstruo deje de ser lo que es. Es que, a través de la compasión, descubre que lo que es merece existir. Que su vida, aunque diferente, tiene valor.
Volver a la raíz de la verdadera humanidad
Vivimos en un mundo que ha olvidado algo fundamental: que somos seres relacionales.
Que la humanidad no se mide por lo que producimos, por cuánto ganamos, por cuán perfectos podemos parecer en nuestras vidas de redes sociales. Se mide por cómo amamos. Por cómo acogemos. Por cómo vemos a los «monstruos» —los diferentes, los rotos, los marginados— y decidimos que merece nuestro corazón.
La película de del Toro no es sobre Víctor Frankenstein aprendiendo a amar su creación. Es sobre nosotros aprendiendo a amar lo nuestro. Lo que creamos cada día a través de nuestras palabras, nuestras acciones, nuestras decisiones.
Cada niño que criamos. Cada persona que menospreciamos o elevamos. Cada oportunidad que damos o negamos.
Estamos creando monstruos o estamos criando humanos. No hay punto medio.
Un llamado final
- A los padres: vuestro hijo no pidió existir. Nació con la necesidad más primal de ser amado. No perfecto. Amado.
- A los educadores: cada niño que llega a vuestras aulas es una creación que espera paciencia, que espera ser visto, que espera ser amado más allá de sus calificaciones.
- A los líderes: cada persona en vuestro equipo es un ser humano, no una herramienta. Su valor no está en su productividad.
- A todos: cada persona que cruzamos en la calle lleva un corazón quebrantado. Y tiene el derecho de continuar viviendo. De continuar esperando amor. De continuar siendo.
Como dijo Byron: «Y así, el corazón, aun quebrantado, continuará viviendo.»
Pero no debería tener que ser tan quebrantado. Y no debería tener que esperar tanto.
La verdadera humanidad es simple: es la decisión de amar lo que creamos. De tener paciencia con lo imperfecto. De reconocer que el otro, aunque sea diferente, aunque sea difícil, aunque sea un «monstruo» a nuestros ojos iniciales, merece nuestra compasión.
Cuando volvamos a eso, cuando recordemos que somos seres hechos para conectar, para amar, para sanar, volveremos a ser humanos de verdad.
Y los corazones quebrantados, finalmente, podrán dejar de serlo.
Guillermo del Toro no hizo una película de terror. Hizo un espejo. La pregunta es: ¿Qué veremos en él? ¿A quién reconoceremos como monstruo? ¿Y estaremos dispuestos a cambiar antes de que sea demasiado tarde?

