Ana Graciela López: El Arte de Renacer

De la cima corporativa a la libertad del ser

Por: Marolen Martínez

El estudio huele a resina fresca y posibilidades. Entre pinceles manchados de brillantina y colores que cambian del morado al azul como por magia, Ana Graciela López trabaja en su última creación. Sus manos, las mismas que firmaron millonarios contratos petroleros, ahora moldean con delicadeza una pieza que parece tan impredecible como su propia vida. A sus 61 años, esta mujer que alguna vez fue portada de revistas como símbolo del poder ejecutivo femenino, se define hoy con una simplicidad desconcertante: «Soy más artista que ejecutiva, más mujer que nunca».

El despertar de una conciencia dormida

«Tenía una venda en los ojos», confiesa mientras observa cómo el azul cobalto de su obra se transforma inexplicablemente. «Iba como un buey, solo para enfrente, esperando resultados y números y cifras. Poca sensibilidad”.  La Ana Graciela de 2009 era una máquina de productividad, una ejecutiva que había adoptado perfectamente el liderazgo masculino, que se había olvidado de su esencia femenina. «Mi generación tuvo que hacerlo así. Llegamos a un mundo de hombres y si no te adaptabas, no sobrevivías».

Pero esa adaptación tuvo un precio altísimo. En su momento de mayor éxito profesional, cuando Blue Oil alcanzaba cifras récord bajo su liderazgo, algo dentro de ella comenzó a resquebrajarse. «Vivía la vida muy inconsciente», reflexiona. «Cuando estás enfocada solo a resultados, no ves tu entorno, no ves los riesgos que puedes estar tomando. No estás consciente».

La caída que se convirtió en vuelo

En 2016, la vida le presentó una factura que jamás imaginó pagar. Los detalles legales quedan en la penumbra de lo no dicho, pero las consecuencias fueron devastadoras: de gerente general a procesada injustamente por la justicia guatemalteca. «He vivido experiencias que nunca me imaginé que iba a vivir jamás, ni debí haber vivido, pero me tocó vivirlas». (En el 2024 despues de enfrentar 8 años el proceso legal, este fue sobreseìdo)

Sin embargo, donde otros verían solo destrucción, Ana Graciela encontró la oportunidad de su renacimiento.

El arte de reinventarse

La transformación no fue inmediata ni fácil, ha sido todo un proceso. Primero vino la tanatología, el estudio de la muerte y el duelo, quizás para entender la muerte de su antiguo yo. Luego el coaching, para ayudar a otros a no perderse como ella se había perdido. Y finalmente, el arte, esa expresión creativa que toda su vida le dijeron que no poseía y hoy este camino recorrido junto al maestro Sergio De Gandarias la esta llevando por caminos que en cada clase le permiten expandirse desde la creatividad y el amor que habita en ella.

«Siempre me dijeron que no era creativa, que no era artista», recuerda con una sonrisa que ahora ilumina su rostro de manera diferente. «Y aquí estoy, haciendo esculturas de resina, escribiendo un libro que ya casi termino, explorando la inteligencia artificial, entre otras cosas. Soy una eterna aprendiz».

El maestro De Gandarias, la observa trabajar y bromea sobre cómo el amor la ha transformado. «Antes era muy rìgida», admite ella entre risas. «Ahora soy chistosa y cariñosa. Soy una mejor pareja, mejor madre, mejor abuela. El amor vive en mí de una forma que antes no permitía».

Las lecciones del precipicio

La entrevista toma un giro profundo cuando Ana Graciela recuerda uno de los momentos que mejor define su transformación. Su hija estaba en el hospital, recién operada. Su jefe la llamó exigiendo su presencia en una reunión al día siguiente en otro país. «Entré en un conflicto terrible», confiesa. «Y me fui. Dejé a mi hija en el hospital y me fui a cumplir con la cita».

El arrepentimiento en su voz es palpable. «Ahora que lo miro, era porque no tenía claras mis prioridades. Creía que sí: familia y trabajo eran mis principales prioridades. Pero nunca me puse a mí misma en primer lugar. Si yo hubiera entendido que primero era yo, después mi familia y tercero el trabajo, la decisión habría sido obvia».

Un mensaje para las que vienen

Para las ejecutivas que hoy ocupan posiciones similares a las que ella tuvo, Ana Graciela tiene un mensaje contundente: «Primero eres tú. Dedícate tiempo a desarrollarte no solo profesionalmente, sino en todas las áreas de tu vida, en equilibrio. No pierdas tu esencia femenina. Nosotras no tenemos que liderar como hombres; cuando lo hacemos, no aportamos nada diferente».

Y añade con la sabiduría de quien pagó un precio muy alto por aprenderlo: «Qué maravilloso para los dueños de empresas tener una especie de esclava que les está dando todo, dando su vida por el negocio de ellos. Al final, el dinero se lo quedan ellos y las consecuencias, como me tocó a mí, te las llevas tú.»

Para las mujeres que buscan hacer realidad sus sueños, su consejo es igualmente directo: «No tengan miedo. Habrá mucha gente que te dirá que no funciona, que no lo hagas. Habrá poca gente que te motive. Pero las decepciones, los fracasos, las caídas son de todos. La clave está en no dejarse vencer, en reinventarte si es necesario».

El futuro en cinco palabras

Cuando le pido que se describa en cinco palabras, Ana Graciela no duda: «Creativa, valiente, curiosa, humilde —más que antes—, y auténtica». Y dice una sexta palabra que la hace reír: «Chistosa. ¡Y si, antes era muy rìgida!»

Sobre el desarrollo de la mujer en Guatemala, es crítica pero constructiva.  Recomienda que es importante que las instituciones dedicadas a empoderar mujeres ejecuten programas que realmente sean de cambio integral,  profundo, que tengan una estructura de soporte real».

El arte de ser

Estas son algunas de las obras que Ana Graciela ha realizado.

En cinco años, Ana Graciela se visualiza como «un híbrido más consciente»: manteniendo su parte ejecutiva,  con su nuevo proyecto de inteligencia artificial, sin abandonar su lado creativo, terminando su libro y continuando con su arte.

«Hoy hago lo que me da la gana», declara con una libertad que se siente en cada palabra. «No me importa la opinión de los demás sobre mi persona, nunca me ha importado, pero seguro que ahora menos, incluso la de mis hijos. Escucho su opinión, pero al final yo tomo mis decisiones, es mi vida, asumo las consecuencias, las buenas y las malas, pero finalmente son mías».

Mientras la veo trabajar en su pieza de resina, transformando colores y creando belleza donde antes solo veía números y resultados, comprendo que Ana Graciela López no solo sobrevivió a su caída: aprendió a volar. Su transformación no es solo personal; es un testimonio poderoso de que nunca es tarde para despertar, para priorizar lo verdaderamente importante, para convertirse en la mujer que siempre fue, aunque el mundo corporativo intentara convencerla de lo contrario.

«Soy más mujer», repite, y en esas tres palabras está toda su revolución. Una revolución que comenzó con un precipicio y terminó con alas. Una historia que nos recuerda que a veces, lo que parece el fin es apenas el principio de quien realmente estamos destinadas a ser.


Ana Graciela López fue entrevistada en el estudio de arte en Ciudad de Guatemala, del maestro Sergio De Gandarias donde actualmente divide su tiempo entre sus proyectos de consultoría, su arte y su familia. Su libro sobre su experiencia está próximo a publicarse.

Deja un comentario