Otro futuro debe ser posible

Cifras y realidades

Por: Meybel Amaya – X: @soymey_amayh – Instagram: @Soymey_amaya – Email: Smeybel@gmail.com – Editorial: youngfortransparency@gmail.com

Desde tiempos inmemoriales, las mujeres hemos sido observadoras silenciosas de las decisiones que moldean nuestra vida, nuestras ciudades, nuestras comunidades y nuestro país. Pero la historia no se hace desde la observación pasiva, se transforma con acción, con presencia y con decisión. En Guatemala, un país marcado por desigualdades, violencia estructural y rezagos históricos, ocupar los espacios de liderazgo y decisión no es solo un acto político, es un acto de justicia, de resistencia y de construcción de futuro. Otro futuro debe ser posible y necesita la participación activa y la representación plena de las mujeres en todos los espacios de decisión.

Si analizamos las cifras, la realidad nos golpea: de las 160 diputaciones del Congreso de la República, solo 33 son ocupadas por mujeres; de las 340 alcaldías del país, apenas 16 tienen mujeres al frente; la participación femenina en el Ejecutivo sigue siendo testimonial y los gabinetes ministeriales son mayoritariamente masculinos. Estas cifras no son números abstractos, son un reflejo del poder que se niega a las mujeres, del espacio que se nos arrebata y de la legitimidad que nos quieren negar. Pero el poder no solo se mide en cargos y plazas, se mide en capacidad de incidir, de transformar y de desafiar estructuras históricas que han mantenido a las mujeres al margen. Cuando una mujer ocupa un espacio de decisión no solo representa su voz, representa a todas las mujeres que no pudieron estar ahí, representa a las jóvenes que sueñan con ser escuchadas, a las niñas que merecen ver modelos de liderazgo y a las comunidades que han sido ignoradas durante décadas.

Estar presentes

Ocupar estos espacios no es sencillo, la violencia política de género es una realidad palpable en Guatemala. En 2023, el Ministerio Público documentó más de 70 mil denuncias por violencia contra la mujer, muchas de ellas relacionadas con violencia psicológica y económica, que afecta directamente la participación pública de las mujeres. No es un secreto, muchas mujeres que se atreven a ocupar espacios de poder son criminalizadas, difamadas o intimidadas: Thelma Cabrera, líder indígena y defensora del territorio, ha sido víctima de campañas de desinformación y amenazas constantes simplemente por desafiar las estructuras políticas tradicionales; Claudia Paz y Paz, primera Fiscal General mujer, enfrentó sistemas criminales profundamente arraigados en el Estado, demostrando que ejercer justicia desde una perspectiva femenina y ética tiene un costo. Estas historias no son excepciones, son ejemplos de la resistencia que nos exige el simple hecho de estar presentes.

Andrea Villagrán, joven diputada, ha impulsado iniciativas de transparencia y de participación juvenil mostrando que la política puede ser diferente si nosotras la tomamos con determinación y propósito. Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, nos recuerda que nuestra lucha trasciende fronteras, ser mujer indígena y defender derechos no es incompatible con ser voz global.

El empoderamiento de las mujeres no se limita a cargos públicos. En comunidades como Santa María Xalapán, Sololá o Alta Verapaz, mujeres lideran movimientos contra la depredación de territorios por mineras e hidroeléctricas. Su liderazgo demuestra que la política no siempre se ejerce desde oficinas con aire acondicionado, a veces se ejerce desde el corazón de la comunidad, desde la defensa del agua, de la tierra, de la cultura y de la vida misma.

Camino al liderazgo

El camino hacia el liderazgo también enfrenta barreras económicas. El 46% de las mujeres guatemaltecas trabaja en el sector informal, sin acceso a seguridad social ni prestaciones. El salario promedio femenino es 20% menor al de los hombres en puestos equivalentes. Esta brecha económica limita la posibilidad de participar en espacios de decisión, porque participar cuesta tiempo, dinero, esfuerzo y a veces seguridad personal. El empoderamiento económico no es solo una meta de independencia, es una herramienta para ocupar los espacios de poder que hoy nos son negados. Mujeres con recursos, educación y oportunidades, tienen más posibilidades de acceder a cargos de decisión y por lo tanto de transformar las políticas que nos afectan a todas.

Algunas voces dicen que la política no es lugar para mujeres o que ya existe suficiente representación, un error que tiene un costo alto. Cada espacio que se deja vacío es un espacio en donde las decisiones se toman sin perspectiva de género, donde se ignoran necesidades y se perpetúan desigualdades que podrían haberse transformado. Cuando una mujer toma decisiones se cambia la agenda, se construyen políticas inclusivas, y se adopta un enfoque de género que reconoce y visibiliza las desigualdades que afectan a mujeres y grupos históricamente marginados.

Los países que han logrado mayor paridad de género en cargos de decisión, como México, Costa Rica o Uruguay, muestran mejoras significativas en políticas sociales y desarrollo humano. La evidencia es clara, la igualdad de género no es solo un derecho, es un motor de transformación.

Cambiemos la historia

La historia ha demostrado que las mujeres no son solo capaces de cambiar su destino, transforman sociedades enteras. Guatemala necesita esa transformación. La utopía de un país más justo comenzará cuando las mujeres formen parte de la mesa en la que se toman decisiones. Todo se resume en una verdad simple pero poderosa: si las mujeres no ocupan estos espacios, el país seguirá atrapado en el mismo ciclo de desigualdad, corrupción y violencia.

Otro futuro debe ser posible, uno en el que las niñas guatemaltecas puedan soñar sin miedo a ser invisibles, donde las jóvenes vean que pueden liderar sin ser juzgadas y donde las mujeres que hoy ocupamos espacios de decisión lo hagamos con orgullo, fuerza y propósito. Ese futuro exige que transformemos nuestra cultura política, que enfrentemos la violencia de género, que reduzcamos las brechas económicas y que reivindiquemos la participación femenina como una herramienta de cambio real. Ese futuro exige que dejemos de aceptar los límites impuestos por siglos de desigualdad y que recordemos que el poder no es un privilegio, sino una responsabilidad.

La historia no va a cambiar por sí sola, es momento de comprender que el liderazgo de las mujeres no es opcional, es imprescindible; no es una cuestión de ambición personal, sino de justicia colectiva, y una necesidad histórica. Ocupemos los espacios, desafiemos los estereotipos y construyamos redes de apoyo que fortalezcan nuestra participación; este es nuestro momento, nuestra oportunidad y nuestra responsabilidad. Otro futuro debe ser posible, pero solo lo será si nos atrevemos a construirlo con valentía, sin pedir permiso y con la convicción.

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