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Productividad: Aprender a soltar

Por Redacción
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por Silvia Chauvin

Por lo general, tenemos la motivación necesaria para comprometernos con nuevos hábitos, conjurar nuevas metas y crear planes nuevos cada vez que comienza un nuevo ciclo, como por ejemplo, un nuevo año, un nuevo mes o cuando uno se muda de casa o consigue un trabajo nuevo. Esas situaciones presentan una oportunidad única para ponernos en marcha. A mi me encanta la inspiración que se siente en esas ocasiones. No obstante, el comienzo de un nuevo ciclo también obliga a fijarse en el otro extremo del espectro, que es que también debemos soltar.

Los momentos de transición en nuestra vida nos brindan una excelente oportunidad para desconectarnos de aquellas cosas que ya no nos sirven. Y nosotros necesitamos el espacio psíquico y físico que ellas tienen ocupado. No es necesario trabajar duro para lograr tener creatividad. Lo que sí requiere de un esfuerzo, conlleva un riesgo y necesita de una intencionalidad es liberarse de aquellas cosas que impiden que nuestra creatividad se experimente y exprese plenamente.

Parece ser que el número de cosas a las que podemos apegarnos y engancharnos es limitado, ¡y la capacidad de atención de la mayoría de las personas se satura fácilmente! Nuestra capacidad de asumir compromisos parece que se expandiera para llenar todo espacio psíquico que se genera, y mucho más. (¿Se han topado últimamente con alguna persona que se haya impuesto más tareas de las que puede cumplir?) Y no quiero afirmar que esto sea un imposible, ya que de hecho contamos con el potencial para expandir nuestro alcance y efectividad. Pero en algún momento se llega al máximo que se puede cumplir en un determinado lapso de tiempo. En consecuencia, lo lógico es que si queremos involucrarnos en asuntos nuevos y mejores, debamos soltar algo.

¿Que debiéramos dejar ir para crear más espacio? Algunos de estos rituales pueden ser bastante pedestres, como por ejemplo, regalar la ropa que no usamos, poner en orden el garaje y donar artículos que han pasado de moda a nuestra institución de caridad favorita. Sin embargo, hay cosas más interesantes que estas, como deshacerse de una propiedad, cortar un árbol seco, vender recursos que no reditúan, y decirle a tu hijo veinteañero que tiene que irse de la casa y alquilar su propio apartamento.

¿Cuáles de tus proyectos pendientes debieran traspasarse a tu lista de “algún día/quizás” y /o qué “ideas nuevas algún día/quizás” podrían ser eliminadas completamente, ya que han perdido su sentido? ¿Por qué no sacar de tu lista de tarjetas de saludo a aquel viejo amigo que ahora es viejo y que dejó de ser tu amigo? Pero dónde se pone realmente interesante la cosa es cuando logras deshacerte de imágenes limitantes que tienes sobre ti mismo. (¿Realmente tienes que seguir repitiéndote que no te alcanza el tiempo para ________ ?)

El acto de soltar puede ser aterrorizante. ¿Y qué si no hay nada que lo reemplace? ¿Qué si lo que lo reemplaza no es mejor? Y podría tornarse incluso peor. Renunciar al manejo de cualquier cosa pulsa la cuerda del mayor terror humano: la pérdida del control. Los comportamientos más irracionales y negativos se ven en personas que tratan de mantener el control de algo. Y lo más absurdo en todo esto es que al parecer realmente no tenemos el control de nada. Monitorear, dirigir, cooperar con algo, sí. Pero ¿controlarlo? Si quieres comprobarlo, trata de evitar que las cosas cambien. Hay un dicho antiguo que dice: “Quien mucho abarca, poco aprieta.” En otras palabras, demasiado control equivale a estar fuera de control.

Para pasar a un nivel mayor de efectividad debemos renunciar a las formas viejas y a hábitos arcaicos, y entrar en territorio virgen y por lo tanto, incómodo. No importa cuántas veces nos recordemos las ventajas de todas las cosas buenas y maravillosas que nos esperan en nuestra próxima etapa, cada vez que tenemos que dejar ir algo que nos es familiar se experimenta como un vacío al que hay que saltar. Es posible que esas cosas buenas, así como los sentimientos agradables que ellas nos generan, tarden una milésima de segundo en manifestarse, pero nosotros sentimos que aún nos falta cruzar el Rio Styx. Hace algunos años descubrí que el sacrificio era sólo momentáneo, pero eso es algo que se comprende cuando uno se ha rendido. No hay una red bajo nuestros pies.

Por lo general, esa cosa increíble y mejor que surge en el espacio vacío que se produjo al soltar, se hace presente inmediatamente, pero jamás llegamos a tener la certeza de que eso va a suceder. El hecho de aplicar los métodos Getting Things Done puede producirnos bastante miedo. Francamente creo que muchas de las personas que resisten los procesos GTD de capturar, despejar, aclarar y organizar lo hacen porque tienen miedo de soltar. Parecen afirmar: “Voy a perder el control si me entrego a este negocio de tener un sistema que está fuera de mi cabeza. Entonces, mis estructuras me van a controlar a mí y mi mente perderá la libertad. Tengo que aferrarme por dentro.”

Incluso he llegado a pensar que la gente se rehúsa a adoptar el hábito de anotar objetivamente cosas, de capturar pensamientos y compromisos, ¡porque tienen miedo que al hacerlo pierdan el control de ellas! Me divierte la reciente popularidad del valor “messiness” (desorden). De hecho, sería ciertamente limitante (y tampoco sería GTD) tratar de mantener el control de las cosas sobre-comprometiéndose con estructuras inoperantes. Pero es igualmente limitante, tener miedo al espacio abierto que genera y promueve un sistema realmente bueno y ser adicto a una estructura mental interna e incontrolable.

¿Y qué tiene de bueno ese espacio abierto? Aferrarse a una idea o a un compromiso requiere de energía. ¿Cómo saber qué debemos recordar? ¿Debo dejar que brote en mi conciencia con frecuencia y en cualquier momento para sentirme bien porque aún lo tengo en mi poder? Pero, ¿qué tan productivo resulta que algo aparezca en nuestra mente recurrentemente, exigiendo nuestra atención?

Parece que algunas personas logran una sensación de efectividad y de importancia cuando tienen que acordarse de muchas cosas que deben recordarse constantemente. Resulta una pérdida de tiempo y de energía mental bastante tonta, por decir lo menos, aún en el caso de que dichos pensamientos no produjeran el estrés de la preocupación (que a menudo generan). Esto me recuerda al mono que es incapaz de sacar la mano por el agujero, porque la tiene empuñada y no quiere soltar el alimento que tiene en ella.

Pero ¿que pasaría si realmente no tuvieras nada en la mente? ¿Podrías manejar ese vacío potencial? Claro que si has saboreado el estado de la “mente como el agua” al que puedes acceder cuando implementas el modelo Getting Things Done, comprendes que la “nada” a la que nos referimos no es realmente nada, es simplemente una claridad prístina que permite una concentración y una atención total, que no tiene estática o ruido mental distractivo y tampoco presiones. Está vacío, pero no de pensamientos, sino de pensamientos inconexos que de hecho tienen poder sobre nosotros. En esa zona somos libres.

Realmente es imposible tener la mente en blanco, en tanto estemos conscientes. La mente libera un flujo continuo de imágenes y de pensamientos, que se parece bastante a tu computador que repasa continuamente las bases de datos que tiene en su interior. Tu inteligencia, sin embargo, parece actuar de una forma un poco diferente. No sólo puedes usarla para cambiar de parecer, sino que también te permite estacionar la mente, y dejarla en estado de ocio, mientras otra parte tuya, más creativa e intuitiva, es libre para ocuparse de otros asuntos. Tu mente, así como tus emociones, son algo que tienes y no algo que eres. Pero, puede crearte muchos problemas si mantienes la mente esclavizada a funciones que no sabe desempeñar bien. ¿Cuán apegado estás a tus pensamientos?

De hecho, el pensar lo que sea que estemos pensando, de la forma en que lo pensamos, nos produce una sensación profunda de comodidad, y no nos entusiasma mucho la posibilidad de renunciar a eso. Qué ironía, ya que no podríamos mantener un pensamiento por mucho tiempo aunque tratásemos (a menos que tuviéramos el entrenamiento de un yogui), y por este mecanismo es que caemos y aterrizamos en lugares nuevos en nuestra mente ¡todo el tiempo! Pero (aparentemente) nos exige fe y fortaleza, soltar el control de nuestra mente sin tener ningún tipo de garantías de que el otro lado va a ser superior y mejor.

Muchas personas me preguntan qué es lo que yo he aprendido de los métodos desde que se publicó Getting Things Done por primera vez y si hay algo que yo cambiaría. El asombro más grande para mi no radica en los principios o los métodos, si no en el tiempo que les toma a las personas adoptarlos sin resistirse. Y cada vez tengo más claro que eso tiene que ver simplemente con la incomodidad que genera el tener que soltar.

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