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No vivas del qué dirán

Por Redacción
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Es cierto  que las normas sociales y la aceptación son importantes, pero lo son más la integridad personal y la autenticidadRecordarás aquel cuento sobre un rey vanidoso al que unos sastres lo convencieron de hacerle un traje invisible para su desfile.  Le decían que las telas eras mágicas y que sólo los inteligentes podrían verlas.  Cuando, supuestamente, el traje estaba terminado, ni el rey ni sus consejeros podían verlo, pero no queriendo verse como tontos, aparentaban lo contrario, comentando que era un traje magnífico. Finalmente, llegó el día del desfile, el rey pagó a los sastres una gran cantidad de dinero y éstos se retiraron felices. El rey se puso su traje invisible y comenzó a desfilar por el pueblo, hasta que de repente una niña inocente exclamó: “¡Está desnudo!  ¿Cómo es que no se da cuenta?” En ese momento el rey se avergonzó y se percató del terrible engaño en el que había caído.

Sin duda, sabio mensaje sobre las muchas veces en que se le da demasiada importancia a lo que los demás opinan, al grado que se llega a traicionara uno mismo. Esto es algo que se reproduce una y otra vez en nuestra sociedad: ¿cuántas veces actuamos según el “que dirán”?, ¿cuántas veces desconfías de ti, dejándote llevar por la opinión pública y la presión social?, ¿cuántas veces hacemos a un lado nuestro valor personal por buscar incansablemente la aprobación social en lo material?. Es cierto que las normas sociales y la aceptación son importantes.

Por naturaleza buscamos ese “reconocimiento”; nos gusta sentirnos parte de un grupo, pero hay que recordar que más importante es la integridad personal y la autenticidad. La presión social se puede definir como la fuerza que influye en el comportamiento libre de las personas, empujándolas a actuar de una u otra manera, y surge cuando una persona le concede un peso desmesurado a la opinión pública. Podemos entonces caer fácilmente en pensar y actuar de acuerdo a lo que la sociedad opine, a sus normas, costumbres y modas, hasta el punto en que llegamos a perder nuestra propia autonomía y libertad, es decir, nos convierte en esclavas de la opinión social en todos los aspectos: al vestirnos, al comprar, hablar, opinar, elegir amistades y lugares de reunión, etc.

Ante ello, concebir a una mujer que no cambia con la presión social, es hablar de una “mujer sencilla”. En este sentido, la sencillez consiste en darle el significado adecuado a las cosas y ordenar debidamente la jerarquía de valores, es vivir con autenticidad pensando y actuando de acuerdo a nuestras convicciones. Es evitar vivir en el materialismo, que valora a la persona por el “tener” y no por el ser. Es no caer en el consumismo comprando bienes que no necesitamos, y es, también, alejar el racismo y la discriminación hacia otras personas diferentes a nosotras. Vivir con sencillez significa:

  • Tratar a todos por igual, sin importar la posición económica, social, raza o creencia.
  • No sentirte superior a los demás.
  • Utilizar la palabra con mesura cuando te expreses, evitando acaparar las conversaciones con un lenguaje comprensible y adecuado a la ocasión.
  • Vestir con decoro, sin ser estrafalaria y de acuerdo al momento y a tu circunstancia.
  • Adquirir, poseer y utilizar aquellos bienes que son necesarios, sin lujos inútiles o caprichos.
  • Apreciar lo bueno, lo bello, lo natural.
  • No caer en la ironía (burla fina y disimulada), la pedantería (aprovechar toda ocasión para exhibirse), y la hipocresía (incongruencia de una persona por propia conveniencia)
  • La persona sencilla no se exalta ni menosprecia.
  • No es fácil vivir con sencillez, ya que implica tener el valor de ser diferente y de ser congruente. De igual modo, supone aceptar que aún cuando nos comportamos de esa manera, no podemos quedar bien con todo el mundo como dice la canción mexicana: “no soy monedita de oro, para caerle bien a todos”.
  • Ser una mujer auténtica requiere pensar, actuar, hablar y vestir de acuerdo a mi ser, de acuerdo a mi persona, convicciones y creencias. No olvides:   “vive como piensas…o acabarás pensando como vives”.

Por Lucía Legorreta

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