Autor: Klaus Littow
Como especie humana, nos apasiona la historia. Buscamos explicación a todos y cada uno de los sucesos importantes que nos han permitido estar aquí, hoy, en este planeta. Hemos logrado mucho. Desde descubrir el origen del Universo hasta el inicio de la vida, conocemos cada vez más los detalles que nos hacen lo que somos. Una gran labor que ha requerido décadas y muchos investigadores afanados que buscan cada explicación para facilitar la comprensión de los sucesos.
Cada evento que investigamos -con el deseo de comprender a la perfección para luego demostrar quién tiene “la razón”- nos ha demostrado las huellas que ha dejado a lo largo de la historia, claves que nos revelan hasta los más antiguos e inconcebibles secretos que, aunque no queramos, quedan guardados como una antigua receta.
Pero al estudiar la vida misma, la magia que esta conlleva no deja de sorprendernos. Es a través de la historia de la humanidad que conocemos cómo surgen los grandes personajes y todo lo que implican los imponentes eventos. Sin embargo, por muy gloriosa o poco conocida que sea una historia, ha tenido protagonistas, los cuales cuentan con un ADN que les marca de por vida. Es aquí donde entra en juego un personaje que resulta indispensable para hacer historia: Mamá.
Soy un apasionado por las personas, desde pequeño he sido curioso por conocerles. Veo en cada una de ellas una serie de historias y anécdotas que representan un brillo especial que, incluso, muchas personas desconocen de sí mismas. A eso es a lo que la mayoría le llama sabiduría.
Me sorprende cómo la rutina puede incluso cegarnos de ver frente a nosotros los pequeños milagros. Estamos tan acostumbrados al stress diario que olvidamos que cada interacción con otros nos revela a aquellos que, nos guste o no, son hijos de alguna mamá que en cierto momento de su vida apostó por ellos, les dedicó su vida (y su tiempo) para verles triunfar. Somos obras de arte en proceso, producto de alguna madre soñadora, luchadora y con visión de éxito para nuestras vidas.
En circunstancias opuestas a la historia “ideal”, cuando mamá no está presente por la razón que sea, ha salido a relucir el amor incondicional de otra figura quien busca ser el apoyo, la guía y el amor materno en la vida de quien más le necesita.
Sin duda alguna, si fuera posible definirles un rol espiritual en la Tierra, cada figura materna representaría a un ángel guardián con una misión muy clara: amar, acompañar y cuidar sin excepción. Ese, para mí, es el más genuino rol de mamá.
Gracias a ustedes por inspirarnos a creer, a intentarlo, a aprender y levantarnos con más fuerza que antes. Gracias por ayudarnos a desarrollar y fortalecer la resiliencia que nos sirve de combustible para aspirar a más y conquistar nuestras metas.
Gracias a mi esposa, a mi mamá, a mi hermana, a mi suegra y a todas y cada una de las madres que tengo el honor de conocer personalmente y a todas y cada una de ustedes que leen estas letras, que a diario luchan por ser aún mejores, cuando ya han demostrado que son la mayor bendición en nuestras vidas. GRACIAS por su amor incondicional, por sus detalles y sabiduría, por su fuerza y carisma, por su férrea e inquebrantable voluntad… GRACIAS POR ESTAR AQUÍ!!!
Deseo de corazón celebrarte y desafiarte a que sea este el día de mayor cantidad de abrazos y muestras de cariño que entregues a las madrecitas que forman parte de tu vida.
Por cada mamá del planeta cuya misión es y continúa siendo criar hijos sanos, fuertes y de buen proceder, por aquellas que han visto a sus hijos crecer, así como también las que han llevado en el vientre a quienes hoy les cuidan desde lo alto, por las abuelitas que han cumplido su tarea con sus hijos, nietos y demás generaciones, por las madres por elección como también por quienes están en el proceso y con la ilusión de concebir, por todas y cada una de quienes se entregan a la milagrosa labor de amar, criar e impulsar hacia el éxito a cada ser que tienen el honor de recibir en brazos y soltarles a la libertad, FELIZ DÍA DE LA MADRE!!!
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