Estoy en la casa y me siento culpable de no estar trabajando, pero estoy trabajando y me siento culpable de no estar en la casa con los niños…
¡Es increíble! A veces no sabes de qué ni porqué, pero te sometes a esta tortura: ser quien quieres ser y hacer lo que deseas, o cumplir con lo que otros esperan de ti, con el famoso “deber ser”.
Las mujeres somos especialistas en este tema y vivimos sintiéndonos culpables si hacemos, y culpables si no hacemos. No hay forma de ganar; siempre hay alguien o algo que nos hace sentirnos así: la pareja, los padres, los hijos, las amigas…
Muchas de ustedes nos han escrito sobre esta preocupación: quisieran emprender su propio proyecto y ver por ustedes mismas, pero no pueden evitar sentirse culpables cuando llega el momento de hacerlo, lo que las lleva a retractarse de sus intenciones y dejar sus inquietudes en el cajón, porque, bueno, desde luego comenzamos con el estrés y los problemas de salud, de pareja y de familia. Esta parte no nos gusta.
Es cierto; la culpa es una emoción que hace mucho daño si la vivimos intensamente, pero al mismo tiempo nos protege y mantiene alertas: muestra que hay algo que nos preocupa e importa. No podemos evitarla completamente cuando somos personas responsables, pero sí podemos aprender a vivir con ella y a no detenernos para emprender nuestro futuro.
Motor o ancla
Algunas de ustedes comentan que llevan la culpa como una carga en la espalda; otras que la sufren con gastritis o angustia; algunas más dicen: ya aprendí a convivir con ella como mi “dulce compañía”.
No todo el mundo se siente culpable por las mismas razones; cada persona tiene sus creencias, sus valores y su forma de medirse a sí misma. ¿Cuándo te sucede a ti? ¿En qué tipo de circunstancias?
Lo que para una persona puede hacerle sentir culpable, para alguien más puede ser de risa. Hay quien deja a sus hijos para trabajar y lo vive como una responsabilidad, no como un proyecto personal, y por lo mismo no lo vive con culpa. Alguien más puede considerar que no es necesario su trabajo más que para su desarrollo personal y por ello siente que no responde a su obligación como madre. Ninguna de las dos posturas es buena o mala; dependiendo de lo que cada quien piensa serán las emociones que viva. Así que lo primero y principal es que descubras lo que te provoca la culpa, porque ahí está el meollo del asunto.
Si tienes culpa por dejar a tus hijos o a tu pareja, pregúntate: ¿Cuáles son mis creencias, las del mundo en que vivo; qué espero de mí misma? ¿Qué esperan de mí mis padres, mi pareja, mi familia, mis amigos?
Lo que crees y tus valores te hacen vivir un “deber ser” respecto a tu familia, a cómo ser mujer, etc. No puedes escapar a estas reglas de la vida que has asumido, pero sí observarlas y tal vez cambiarlas. No está mal sentirse culpable, pero hay otras formas de vida menos desgastantes.
Comprométete contigo misma
¿Quisieras dedicarte a lo que te gusta y al mismo tiempo disfrutar a tus hijos y a tu pareja? ¿Preferirías no pelear con tus padres porque no les gustan las decisiones sobre tus prioridades? ¿Deseas ser una mujer satisfecha por lo que has logrado? Pues atrévete a incursionar en estas preguntas; busca opciones que te ayuden a encargarte de estos distintos mundos.
Es bueno que aparezca la culpa de vez en cuando. Esta emoción nos confronta con deseos, anhelos y ambiciones. “Qué quiero para mí“ es un pensamiento que te lleva a estar más plena y satisfecha, a la construcción de espacios más armonioso y sanos; de otra manera siempre reflejarás tu propia insatisfacción por no haberte comprometido contigo misma.
Además, si tus hijos ven que sabes emprender tus propios proyectos, a pesar de la culpa que esto te provoque, les enseñarás que también pueden emprender lo suyo, y que aun cuando vivan con un “deber ser”, nada podrá detenerlos para avanzar.
No dejes que las culpas te detengan. Cámbiala por un sentimiento de responsabilidad ante tus decisiones.